Pacto de Estado para crecer mejor y distribuir más
La inversión en capital fijo y, sobre todo, en innovación, son las dos claves del éxito, junto a la formación profesional continua

Si las olas mediáticas, con su atractivo de permanente movimiento y la espectacular espuma superficial que las acompaña, no captaran toda la atención de nuestros políticos, las brechas que se mantienen entre nuestro país y la media europea en los dos asuntos claves que están definiendo el momento actual del mundo serían el principal objeto de discusión: la investigación en tecnologías punteras como la IA, y en todo aquello que es imprescindible para ello (chips, minerales estratégicos etc.), donde se define hoy la competitividad de una economía y una distribución más equitativa de la renta y la riqueza, buscando la cohesión social imprescindible para reforzar la democracia como el mejor sistema de convivencia entre diferentes. Porque esas son las dos cuestiones que están en juego, de verdad: nuestro papel en la economía mundial y nuestro sistema democrático, acosado por la fuerza del populismo interno y externo: los USA de Trump quieren a Europa desunida y utilizan a sus peones internos de la extrema derecha para conseguirlo (es curioso ver a supuestos patriotas al servicio de fuerzas extranjeras).
Todo se concreta cuando se analizan dos fenómenos vinculados que, podemos decir, reflejan de manera agregada los problemas estructurales de nuestro tejido económico: una renta per cápita en alza, pero que lleva muchos años sin alcanzar la media europea (27.740 euros reales vs. 36.760 de la eurozona), a pesar de nuestro impecable desempeño económico. En concreto, desde la crisis financiera, el gap de renta per cápita se ha estabilizado en 15 puntos porcentuales con la eurozona. Y, en correlación con ello, nuestra productividad, aunque también en mejora, que mantiene un importante gap con la media europea desde hace años. Según el informe del Banco de España y, a pesar de un supuesto recorte desde la pandemia, la distancia se mide hoy en 10 puntos porcentuales. Creamos empleos, pero de baja productividad y salarios, sobre todo, en el sector servicios, mientras se disparan, año tras año, los beneficios empresariales.
La inversión en capital fijo y, sobre todo, en innovación, son las dos claves del éxito, junto a la formación profesional continua, para crecer en productividad y renta per cápita. Cuando la dificultad para encontrar en el mercado laboral gente preparada es, hoy, una de las primeras quejas empresariales, el último punto fracasa de forma estrepitosa y toda la política de formación profesional merece una revisión de arriba abajo que, desde luego, no aparece entre las prioridades de nuestra actual clase política, más preocupada por sus propias cuitas y peleas en torno a objetivos más mediáticos que eficaces, como la jornada laboral.
La inversión, tanto pública como privada, es la variable renqueante de nuestro boyante cuadro macro. En especial, la inversión en esos cientos de miles de viviendas imprescindibles. La inversión productiva privada no ha recuperado, todavía, los niveles previos a la pandemia, y la pública, aun creciendo ahora gracias al impulso de los Next, sigue, en términos de PIB, por debajo de comienzos de siglo. Deberíamos pensar por qué la inversión extranjera se comporta, comparativamente, mejor que la nacional, poco incentivada para mejorar desde una pesada burocracia administrativa y una contratación pública bajista en precio, así como sobre los efectos negativos, ya visibles, de mantener, durante años, una inversión pública por debajo de lo necesario, siquiera, para el adecuado mantenimiento del stock de capital público existente, como demuestran el número de fallos y averías crecientes (carreteras, ferrocarril, redes eléctricas o infraestructura hídrica).
Vayamos, ahora, a la inversión en I+D: con los últimos datos disponibles y analizados por la Fundación Cotec, estamos en máximos históricos de inversión, tanto pública, como privada, con una cifra global cercana a los 23.000 millones de euros, que es el equivalente a un 1,49% del PIB, superior al 1,25% de 2019, pero todavía muy lejos del objetivo del 2,12% en 2027 que nos haría avanzar en la convergencia con Europa. Para conseguirlo, según Cotec, necesitaríamos encadenar cuatro tasas de crecimiento consecutivas de inversión del 15,8% en promedio o, lo que es lo mismo, insuflar 16.000 millones de euros adicionales al sistema de ciencia e innovación. En los últimos años, ha mejorado mucho el nivel de ejecución presupuestaria del sector público en gasto en I+D+i+digitalización, pasando de 3.680 millones de euros en 2020 a 13.600 millones en 2024, cifra que no se alcanzaba desde 2009, y, en paralelo, el CDTI ha aprobado un Plan Estratégico 2024-28, con la idea de ofrecer previsibilidad y estabilidad a la financiación para I+D empresarial, mejorando su impacto mediante un enfoque integral del ecosistema de la innovación a la vez que se mejora la coordinación con las industrias y la evaluación del impacto de las ayudas.
La preocupación es que un 64% del presupuesto invertido en este capítulo ha sido en fondos europeos con fecha de caducidad, lo que lanza una potente sombra de duda sobre la consolidación del compromiso una vez se acaben los fondos Next. Muchos expertos temen que estemos viviendo una burbuja artificial en la financiación de innovación y digitalización que no haya sido suficiente para provocar cambios estructurales irreversibles en nuestro aparato productivo.
Los principales cuellos de botella en España para la difusión de la innovación y la digitalización se encuentran, según un informe del Ministerio para la Transformación Digital, en el exceso de pequeñas empresas, el predominio de sectores con bajo valor añadido, y el reducido número de personal empleado en I+D, lo que se traduce en el bajo número de patentes solicitadas por las empresas españolas. Según otro estudio de BBVA, pese a haber mejorado la productividad desde la pandemia, hay un 40% de empresas en cada sector que son las rezagadas y que lastran la productividad promedio, por lo que debería actuarse sobre ellas.
Tenemos unanimidad en el diagnóstico y las soluciones a dos de los principales retos de España. El problema, de nuevo, es que resolverlos exige pactos transversales que nuestros políticos han excluido de la ecuación. Y esta estrategia polarizadora la pagamos todos los españoles, porque nos impide avanzar más y mejor.
Jordi Sevilla es economista